miércoles, 20 de octubre de 2010

La puerta marcada con sangre


Durante una cruel y sangrienta guerra, un comandante prometió en presencia de sus tropas que mataría a la población entera de cierto pueblo enemigo, aun a la gente indefensa.

Sucedió que un fugitivo vio que los soldados entraban a una casa, matando con espada a los que estaban dentro. Al salir, uno de ellos, mojando un trapo en el charco de sangre, marcó la puerta, como señal a cualquiera que entrara, de lo que había pasado allí.

El pobre fugitivo corrió aprisa hacia una casa grande en el centro del pueblo, donde se escondían varios de sus amigos y casi sin respiración les contó lo que había visto. En seguida tuvieron una idea.

Había un cabrito en el corral. Inmediatamente lo mataron y mancharon de sangre la puerta donde estaban. Apenas habían terminado y cerrado la puerta cuando un grupo de soldados apareció a lo largo de la calle. ¡Pero no entraron en la casa de la puerta ensangrentada! La espada—pensaron—ya había hecho allí su obra. Así, mientras todos morían a su alrededor, los que estaban adentro de la puerta marcada con sangre se salvaron.

 
Esto nos hace recordar las palabras del Señor: “Yo veré la sangre, y pasaré de largo.” Éxodo 12:13 N.C. “Porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada.” I Corintios 5:7 N.C.

Dios dice en Su Palabra que “sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado.” Entonces para que seamos salvos, Cristo vertió su sangre para satisfacer la justa demanda de Dios.

Su sangre nos da un lugar de refugio de la espada del juicio divino, a todo aquel que, por fe, se abriga en ella. Cristo dijo, “El que por mi entrare será salvo.” Los que están afuera de El, perecerán en el día de juicio. No somos rescatados con cosas corruptibles como oro, plata, ídolos, personas mediadoras u obras, “sino con la sangre preciosa de Cristo.” I Pedro 1:18, 19.

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