“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mateo 5:13).
Por una modesta estimación, más de un cuarto de toda la población americana profesó una experiencia cristiana de conversión. William Iverson, hace una observación: “Un Kilo de carne sería, seguramente, afectado por un cuarto de kilo de sal. Si éste es el símbolo de un cristianismo real — la sal de la tierra — ¿dónde está el efecto de lo que Jesús hablo?”
Sí, nosotros, hijos de Dios, tenemos el compromiso de transformar el mundo en que vivimos. Fuimos llamados y enviados para hacer la diferencia en todos los ambientes. Nuestra presencia necesita alumbrar cada centímetro pisado por nuestros pies.
Los caminos pedregosos por donde pasamos deben volverse planes; los lugares áridos deben dar lugar a bellos jardines; el Señor debe brillar en todas las situaciones en que estemos envueltos.
Somos “la sal de la tierra” y nuestra tarea es evitar la corrupción moral, carnal y espiritual. Estamos en el mundo para que la pureza sea conservada, la santidad preservada, la esperanza guardada, intacta, en todos los corazones.
Somos sal para sazonar los días que van pasando, para dar sabor a los sueños que van se realizando, para mantener vivo el amor que, a veces, va siendo olvidado.
Somos sal para sazonar los días que van pasando, para dar sabor a los sueños que van se realizando, para mantener vivo el amor que, a veces, va siendo olvidado.
La vida, sin esa sal, sería insípida, desagradable, sin brillo y sin color. Sería un nido sin pájaros, sería un florero sin plantas, un horizonte sin puesta del sol.
¿Pero, dónde están los cristianos? ¿Donde están aquéllos que deberían estar de vestiduras blancas cómo la nieve? ¿Donde están los embajadores de los Cielos? ¿Dónde están los salvos?
¿Dónde está la sal?
Fuente: http://devocionalescristianos.org
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