Lectura: Filipenses 3:1-14
“Solamente esfuérzate y sé muy valiente” Josué 1:7
Cuando tenía 16 años crucé nadando el río Caroní, ubicado en Venezuela. Nunca olvidaré lo que sentí cuando estaba en medio del río, las fuertes corrientes de las aguas me arrastraban hacia una especie de cataratas con muchas rocas, en cuestión de segundos estaría en graves aprietos, la única solución era nadar hacia la orilla más cercana.
Pero estaba justo en el medio, miré hacia atrás con ganas de regresar, sería difícil pasar la noche solo y el río creciendo con rapidez. Mi tío nadaba como cinco metros adelante, cuando me gritó: “¡Nada más rápido que el río nos lleva!”, me di cuenta que él no se detendría, entonces comencé a bracear con fuerza; impulsados por la corriente fuimos ganando distancia hasta que llegamos a la orilla exhaustos, para mí fue una hazaña, una prueba de valor y de resistencia.
Con el pasar del tiempo me he dado cuenta que esa y otras aventuras fueron locuras de muchacho, cuando veo a los jovencitos en la Iglesia con las inquietudes propias de su edad, entiendo que en el fondo de sus corazones hay anhelos de aventuras, tienen energías y valor suficiente para realizar cosas que los adultos no harían. Ellos necesitan desafíos en la vida donde puedan demostrar lo que son y lo que tienen.
La Iglesia debe proporcionar los modelos a seguir, los líderes de la Iglesia deben ser capaces de enseñarlos, que inspiren confianza, que los muchachos los vean haciendo, generando recursos, proveyendo, evangelizando, orando, adorando; como dice la canción: “Hombres de valor, necesita Dios”. Ya estás en el agua no hay vuelta atrás, si no te esfuerzas te arrastrará la corriente.
“¡Esfuérzate por alcanzar la otra orilla!”
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