Salmo 23:6ª “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”.
Es una mañana preciosa, un radiante sol nos brinda su luz y calor, una extensa pradera muestra su verdor salpicado de esplendidos colores de una gran variedad de flores, las cuales se mecen por la suave brisa, junto al río cuyas aguas fluyen en un suave susurro, aunado al canto de las aves de maravillosos plumajes, y todo este conjunto de elementos crea un maravilloso ambiente; la paz inunda todo nuestro ser y nos sentimos llenos de alabanzas hacia nuestro Dios, por el deleite que sienten nuestras almas al contemplar la grandeza de la creación de nuestro Padre celestial; y somos felices.
Pero, cuando la tarde se presenta sombría, llena de nubes negras, de temores y dolor, y la oscuridad inunda el ambiente y nos sobrecoge la soledad, cuando los problemas de todo índole nos amenazan por doquier, y el peso de su carga se nos hace por momentos insoportable; con qué facilidad nos olvidamos de que Dios está a nuestro lado, y que nos anima con su voz amorosa a que entreguemos en sus manos todas nuestras cargas y conflictos, y confiemos en que Él es nuestra fortaleza y nuestro pronto auxilio en medio de la tribulación.
Aprendamos a vivir cada día, de ahora en adelante, confiando en que Dios tiene el control de todas las cosas, por muy pequeñas o grandes que pudieran ser; digamos como el salmista, el rey David: «Aunque ande en valles de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento» (vv.4).
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