Tienes uno. Un saco de harpillera. A lo mejor no estás consciente de él. Es posible que no se haya dicho nada al respecto. Quizás no lo recuerdas. Pero se te dio uno. Un saco. Un saco de harpillera áspera y basta.
Te hace falta el saco para cargar las piedras. Rocas, peñascos, guijarros. De todos tamaños. De todas formas. Todas indeseables.
No las solicitaste. No las buscaste. Pero te las dieron.
¿No lo recuerdas?
Algunas fueron rocas de rechazo. Se te entregó una la vez que no pasaste la prueba. No fue por falta de esfuerzo. Sólo el cielo sabe cuánto practicaste. Pensaste que eras lo suficientemente bueno par formar parte del equipo. Pero el entrenador no. El instructor no.
¿Ellos y cuántos más?
No es necesario que vivas mucho tiempo para obtener una colección de piedras. Obtienes una mala nota. Tomas una decisión incorrecta. Armas un lío. Te apodan algunos nombres desagradables. Se burlan de ti. Abusan de ti.
Y las piedras no se detienen con la adolescencia. Esta semana envié una carta a un hombre desempleado que han rechazado en más de cincuenta entrevistas.
Y así es que el saco se pone pesado. Pesado por causa de las piedras. Piedras de rechazo. Piedras que no nos merecemos.
Junto con algunas que sí merecemos Mira hacia el interior del saco de harpillera y verás que no todas las piedras son de rechazos. Existe un segundo tipo de piedra. La del remordimiento.
Remordimiento por la vez que diste rienda suelta a la cólera.
Remordimiento por el día que perdiste el control.
Remordimiento por el momento que perdiste tu orgullo.
Remordimiento por los años que perdiste tus prioridades.
E incluso remordimiento por el momento en que perdiste tu inocencia.
Una piedra tras otra, una piedra de culpa tras otra. Con el tiempo el saco se pone pesado. Nos cansamos. ¿Cómo puedes tener sueños para el futuro cuando necesitas de toda tu energía para llevar el pasado a cuestas?
Con razón algunos se ven desdichados. El saco demora el paso. El saco raspa. Ayuda a explicar la irritación de tantos rostros, tantos pasos arrastrados, tantos hombres caídos y, por encima de todo, tantos actos desesperados.
Te consume la necesidad de hacer lo que sea para conseguir un poco de descanso.
Así que te llevas el saco a la oficina. Determinas trabajar con tanto ahínco que lo olvides. Llegas temprano y te quedas hasta tarde. La gente está impresionada. Pero cuando llega la hora de ir a casa, allí está el saco…esperando que lo lleven afuera.
Cargas el saco hasta una hora feliz en un bar. Un nombre como ese debe dar un cierto alivio. De modo que apoyas el saco en el piso, te sientas en la banqueta y bebes algunos tragos. La música se vuelve fuerte y tu cabeza se pone liviana. Pero entonces llega la hora de partir, miras hacia abajo, y allí está el saco.
Te arrastras hasta una sesión de terapia. Te sientas en el diván con el saco a tus pies y vuelcas todas tus piedras sobre el suelo y llamas a cada una por su nombre. El terapeuta escucha. Simpatiza contigo. Se brindan algunos consejos útiles. Pero cuando el tiempo se acaba, te ves obligado a juntar las rocas y llevarlas contigo.
Te desesperas tanto que decides probar un encuentro de fin de semana. Un poco de excitación. Un abrazo arriesgado. Una noche de pasión robada. Por un momento la carga se aligera. Pero luego se acaba el fin de semana. Se pone el sol del domingo y, aguardándote al pie de la escalera del lunes, se encuentra…lo adivinaste, tu saco de remordimientos y rechazos.
Incluso hay quienes llevan el saco a la iglesia. Quizás la religión ayude, razonamos. Pero en lugar de remover algunas piedras, algún predicador bien intencionado pero mal dirigido puede incrementar la carga. Los mensajeros de Dios a veces lastiman más de lo que ayudan. Y a lo mejor abandonas la iglesia cargando algunas piedras nuevas en tu saco.
¿El resultado? Una persona que se arrastra por la vida, cargada por el pasado. No sé si lo has notado, pero resulta difícil ser considerado cuando cargas un saco de harpillera. Resulta difícil apoyar cuando uno mismo está hambriento de apoyo. Resulta difícil perdonar cuando uno se siente culpable.
Pablo hizo una observación interesante con respecto a la manera en que tratamos a las personas. Lo dijo en relación con el matrimonio, pero el principio se aplica a cualquier relación. “El que ama a su mujer, a sí mismo se ama”. (Efesios 5:28) Existe una correlación entre lo que sientes con respecto a ti mismo y lo que sientes con respecto a los otros. Si estás en paz contigo, si te amas, te llevarás bien con otros.
Lo inverso también es cierto. Si no te quieres, si estás apenado, avergonzado o enojado, otros lo sabrán. La parte trágica de la historia del saco de harpillera es que tendemos a tirar nuestras piedras a los que amamos.
A no ser que el ciclo se interrumpa.
Lo cual nos conduce a la pregunta:” ¿De qué modo puede una persona obtener alivio?”
Lo cual, a su vez, nos lleva a uno de los versículos más bondadosos de la Biblia:“Venid a mí todos los que estáis trabajaos y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateto11:28-30)
Sabías que iba a decir eso. Puedo verte sosteniendo este libro mientras mueves la cabeza. ”Lo he intentado. He leído la Biblia, me he sentado en el banco de la iglesia…pero nunca he recibido alivio”.
Si ese es el caso, ¿me permites una pregunta delicada pero deliberada? ¿Es posible que te hayas acercado a la religión pero no a Dios? ¿Será que asistes a una iglesia, pero nunca viste a Cristo?
“Venid a mí”, dice el versículo.
Es fácil ir al sitio equivocado. Ayer lo hice. Estaba en Pórtland, Maine, para tomar un avión a Boston. Me acerqué al mostrador, registré mi equipaje, conseguí mi boleto y me dirigí a mi puerta de embarque. Pasé seguridad, me senté y esperé a que anunciaran el vuelo. Esperé, esperé y esperé… Finalmente, me acerqué al mostrador para preguntar a la asistente lo que ocurría, ella me miró y me dijo:”Está en la puerta equivocada”.
Pues bien, ¿Qué habría sucedido si hubiese protestado y gemido diciendo: “Bueno, parece que no hay un vuelo a Boston. Al parecer me embarqué”
Me habrías dicho.”No estás embarcado. Sólo estás en la puerta equivocada. Dirígete hacia la correcta y vuelve a intentar”
No es que no hayas intentado… hace años que intentas tratar con tu pasado. Alcohol. Relaciones extramaritales. Adicción al trabajo. Religión.
Jesús dice que Él es la solución para el cansancio del alma.
Ve a Él. Sé sincero con él. Admite que tienes secretos del alma que nunca has enfrentado. Él ya sabe lo que son. Sólo espera que le pidas ayuda. Sólo espera que le entregues tu saco.
Adelante. Te alegrarás de haberlo hecho. (Los que están cerca de ti también se alegrarán…resulta difícil lanzar piedras cuando has dejado tu saco ante la cruz).
Max Lucado.
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