(Isaías 55:6)
El pasado 15 de diciembre se hizo pública la noticia de la muerte de Christopher Hitchens. El archiconocido ateo, autor de "Dios ha muerto" y "Dios no es bueno", falleció víctima de un cáncer de esófago en Houston, Estados Unidos. Durante toda su vida luchó en contra de Dios.
La idea de la divinidad despertaba en él una reacción de enojo y resistencia que rayaba en lo obsesivo. Fue llamado por la prensa “el santo de los ateos” y “uno de los cuatro jinetes del ateísmo” junto a Daniel C. Dennett, Sam Harris y Richard Dawkins.
Hitchens fue un bebedor, fumador empedernido y bisexual confeso. Manifestó siempre un gran desprecio por su padre y escribió, incluso, contra sus mejores amigos como Martin Amis. Vivió al extremo de la cuerda haciendo enemigos por doquier con su pluma agresiva y hasta su último suspiro mantuvo su ideología anti Dios. Pero ya no está, desde el jueves 15 no escribirá más artículos, no realizará más debates televisivos y no podrá decir nunca más que Dios no existe porque ahora lo sabe, sabe que Dios es real.
Christopher Hitchens, sus actos y sus escritos, no sorprenden a la iglesia del Señor. El apóstol Pablo profetizó sobre hombres “murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia” (Romanos 1:30,31).
Es la compasión y no la ira, el sentimiento que nos inspiran personas como él. Vivir con tanto enojo, resentimiento, amargura y desasosiego debe ser abrumador. Dios, sin embargo, quiso siempre su amistad, aunque Hitchens se la negó. La Biblia dice: “¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?” (Ezequiel 18:23).
En contraposición a los libros más célebres escritos por Christopher Hitchens, Dios sí está vivo. Lo está y seguirá estándolo, porque Dios es eterno. No importa cuantos lo nieguen, Dios seguirá siendo quien es. No importa los argumentos de sus detractores, Dios siempre está invicto, nunca pierde una confrontación. Pudiera usar su voz audible y trepidante para darle contestación a todas las denuncias contra él. Pudiera usar los elementos de la naturaleza para en sinfónica furia intimidar a sus oponentes. Podría desplegar a un ejército de ángeles para silenciar a sus adversarios, pero no lo hace porque ya dio a su Hijo por toda respuesta.
Una cruz vacía y ensangrentada es el argumento del Padre para corregir a los que lo desafían y critican. El sufrimiento de su Unigénito por la humanidad desmiente que Dios sea cruel e implacable. Su gracia infinita refuta todo epíteto de inmisericorde. Al que no nos negó a su Hijo, ¿cómo pueden calificarlo de lejano e insensible? La pregunta del salmista seguirá resonando a través de las edades: “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?” (Salmo 2:1). Sobrecoge que la gente odie al amor, que aborrezcan la gracia y rechacen la salvación.
Fuente: www.devocionaldiario.com
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