Una reciente encuesta de Gallup informa que el 94% de los estadounidenses afirman creer en Dios o en un espíritu universal. Sin embargo, con solo echarle un vistazo a las Escrituras y a nuestra cultura, queda en evidencia que los que conocen de veras a Dios no llegan al 94% ni mucho menos. Me refiero a conocer a Dios de una forma íntima, de verdad. Conocer a alguien personalmente no es lo mismo que creer.
Algunos conocemos a Dios por reputación, así como conocemos a alguien por lo que nos cuenta un amigo, por ejemplo. Tal vez sepamos un poco acerca de Dios… y hasta hayamos ido a la iglesia algunas veces, escuchado algunas historias bíblicas, y tengamos nuestro versículo favorito pegado con un imán a nuestro refrigerador. No obstante, esas son cosas secundarias. Otros conocemos a Dios a través de nuestros recuerdos. Hemos experimentado en verdad su gracia, su bondad y su amor en el pasado. Y algunos de nosotros conocemos a Dios íntimamente.
Justo aquí, justo ahora. Este es el tipo de conocimiento amoroso que Dios nos promete cuando lo buscamos (véase Deuteronomio 4:29; Jeremías 29:13; Mateo 7:7-8; Hechos 17:27). Cuando tenemos sed de Dios, él satisface ese deseo. Y cuando continuamos buscándolo, llegamos a conocerlo cada vez más íntimamente. Si oímos la voz de Dios, la reconocemos al instante. Hablamos con él todo el tiempo y lo echamos de menos cuando las circunstancias nos distraen de percibir su presencia. Construimos una historia juntos, acumulando una tras otra las experiencias compartidas.
Amamos a Dios. Confiamos en Dios. Conocemos a Dios.
Tal vez estás pensando: Creo en Dios. ¿No es eso suficiente? Es decir, muchas personas no creen en Dios, pero yo sí. ¿No es eso lo que él quiere de mí? Todas estas son preguntas justas. No obstante, que creamos en él no es todo lo que Dios quiere de nosotros. El libro de Santiago afirma que aun los demonios creen en Dios, sin embargo, tiemblan porque saben que desde el punto de vista relacional están separados de él (Santiago 2:19). Obviamente, el cristianismo es mucho más que solo creer en Dios.
Mientras crecía, los miembros de mi familia eran lo que llamo «cristianos culturales». Asistíamos a la iglesia en Navidad y Pascua. Ayudábamos a los vecinos en necesidades. Donábamos ropa y comida enlatada, orábamos en la cena del Día de Acción de Gracias. No obstante, básicamente eso era todo. Aunque creía en Dios, todo lo que sabía eran algunas cosas sobre él… y muy pocas, por cierto. No lo conocía. Y puesto que no conocía a Dios de la forma en que se conocen los buenos amigos o los esposos, vivía según mis propias reglas.
Mis acciones revelaban la ausencia de un conocimiento íntimo de Dios. En 1 Juan 2:3-4 se nos indica: «¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: “Lo conozco”, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad». ¿Suena un poco duro? Prefiero pensar que es una declaración directa y honesta, pronunciada con sinceridad por alguien que en verdad se preocupa y quiere lo mejor para nosotros.
Fuimos creados para ser ejemplos vivientes del amor de Dios para un mundo que sufre.
Dios se interesa por cómo vivimos. Y una relación con él naturalmente resultará en actitudes y acciones diarias. Así que si pareces bueno, eres bueno, ¿verdad? Pues tal vez no. Conocer a Dios puede conducir a un estilo de vida positivo, pero lo inverso no siempre es cierto. Nuestras acciones visibles por sí mismas no prueban que disfrutemos de una relación interna con Dios. Solo porque hagamos el bien, eso no significa que conozcamos a aquel que es el bien. Tenemos que hacer un esfuerzo para llegar a conocer a Dios.
A Dios le interesan no solo nuestras acciones, sino nuestros corazones. Y en particular, nuestra actitud hacia él. ¿Esas buenas acciones que hacemos surgen porque lo conocemos? ¿O vivimos como si Dios solo se remitiera a observar y marcar en su lista celestial las casillas de los logros que vayamos alcanzando? ¿Obtuviste una estrella por ir a la iglesia? ¿Por ser amable? ¿Por donar dinero a una obra de caridad? Algunos intentamos ganarnos la aceptación de Dios sin conocer en verdad su corazón. Y cuando se acabe la vida, Jesús les dirá a estas personas: «No quisiste una relación conmigo. Vete» (véase Mateo 7:21-23).
Hay una gran cantidad de gente con buenas intenciones que cree en Dios, pero no lo conocen personalmente. Muchos solo representan un papel. Y muchos pensamos que somos cristianos porque... bueno... es distinto a ser budistas. Creemos en Dios, pero nuestras vidas no reflejan quién es él en realidad.
Algunos conocemos a Dios por reputación, así como conocemos a alguien por lo que nos cuenta un amigo, por ejemplo. Tal vez sepamos un poco acerca de Dios… y hasta hayamos ido a la iglesia algunas veces, escuchado algunas historias bíblicas, y tengamos nuestro versículo favorito pegado con un imán a nuestro refrigerador. No obstante, esas son cosas secundarias. Otros conocemos a Dios a través de nuestros recuerdos. Hemos experimentado en verdad su gracia, su bondad y su amor en el pasado. Y algunos de nosotros conocemos a Dios íntimamente.
Justo aquí, justo ahora. Este es el tipo de conocimiento amoroso que Dios nos promete cuando lo buscamos (véase Deuteronomio 4:29; Jeremías 29:13; Mateo 7:7-8; Hechos 17:27). Cuando tenemos sed de Dios, él satisface ese deseo. Y cuando continuamos buscándolo, llegamos a conocerlo cada vez más íntimamente. Si oímos la voz de Dios, la reconocemos al instante. Hablamos con él todo el tiempo y lo echamos de menos cuando las circunstancias nos distraen de percibir su presencia. Construimos una historia juntos, acumulando una tras otra las experiencias compartidas.
Amamos a Dios. Confiamos en Dios. Conocemos a Dios.
Tal vez estás pensando: Creo en Dios. ¿No es eso suficiente? Es decir, muchas personas no creen en Dios, pero yo sí. ¿No es eso lo que él quiere de mí? Todas estas son preguntas justas. No obstante, que creamos en él no es todo lo que Dios quiere de nosotros. El libro de Santiago afirma que aun los demonios creen en Dios, sin embargo, tiemblan porque saben que desde el punto de vista relacional están separados de él (Santiago 2:19). Obviamente, el cristianismo es mucho más que solo creer en Dios.
Mientras crecía, los miembros de mi familia eran lo que llamo «cristianos culturales». Asistíamos a la iglesia en Navidad y Pascua. Ayudábamos a los vecinos en necesidades. Donábamos ropa y comida enlatada, orábamos en la cena del Día de Acción de Gracias. No obstante, básicamente eso era todo. Aunque creía en Dios, todo lo que sabía eran algunas cosas sobre él… y muy pocas, por cierto. No lo conocía. Y puesto que no conocía a Dios de la forma en que se conocen los buenos amigos o los esposos, vivía según mis propias reglas.
Mis acciones revelaban la ausencia de un conocimiento íntimo de Dios. En 1 Juan 2:3-4 se nos indica: «¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: “Lo conozco”, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad». ¿Suena un poco duro? Prefiero pensar que es una declaración directa y honesta, pronunciada con sinceridad por alguien que en verdad se preocupa y quiere lo mejor para nosotros.
Fuimos creados para ser ejemplos vivientes del amor de Dios para un mundo que sufre.
Dios se interesa por cómo vivimos. Y una relación con él naturalmente resultará en actitudes y acciones diarias. Así que si pareces bueno, eres bueno, ¿verdad? Pues tal vez no. Conocer a Dios puede conducir a un estilo de vida positivo, pero lo inverso no siempre es cierto. Nuestras acciones visibles por sí mismas no prueban que disfrutemos de una relación interna con Dios. Solo porque hagamos el bien, eso no significa que conozcamos a aquel que es el bien. Tenemos que hacer un esfuerzo para llegar a conocer a Dios.
A Dios le interesan no solo nuestras acciones, sino nuestros corazones. Y en particular, nuestra actitud hacia él. ¿Esas buenas acciones que hacemos surgen porque lo conocemos? ¿O vivimos como si Dios solo se remitiera a observar y marcar en su lista celestial las casillas de los logros que vayamos alcanzando? ¿Obtuviste una estrella por ir a la iglesia? ¿Por ser amable? ¿Por donar dinero a una obra de caridad? Algunos intentamos ganarnos la aceptación de Dios sin conocer en verdad su corazón. Y cuando se acabe la vida, Jesús les dirá a estas personas: «No quisiste una relación conmigo. Vete» (véase Mateo 7:21-23).
Hay una gran cantidad de gente con buenas intenciones que cree en Dios, pero no lo conocen personalmente. Muchos solo representan un papel. Y muchos pensamos que somos cristianos porque... bueno... es distinto a ser budistas. Creemos en Dios, pero nuestras vidas no reflejan quién es él en realidad.
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