Siempre me gustaron los deportes. He practicado el basketball, el soccer, el skateboarding, el ciclismo, ahora último el jogging, y el tennis, incluso. Siempre me ha gustado mantenerme en movimiento. Pienso que los deportes son sanos, y es una excelente oportunidad para compartir. Sin embargo, siempre he sido pésimo para cada deporte.
No me cabe duda en decir que las mayoría de las veces que he jugado al soccer es simplemente por el hecho de que a mis amigos (ellos sí que son buenos jugadores) les faltaba uno para completar el equipo, o simplemente lo hacían para que yo no me sintiera mal. Aprecio mucho el amor que me demuestran al invitarme a jugar con ellos, ya que, aunque no tengo las mismas habilidades que ellos, me dejan ser parte del equipo y eso me hace muy feliz.
En el cristianismo ocurre algo similar. Todos formamos un equipo; en la Biblia lo podrás encontrar como “un solo cuerpo” (1° Corintios 12. 12-13). Como somos un solo equipo en el Señor, tenemos una sola meta: la extensión del Reino de Dios.
En el cristianismo ocurre algo similar. Todos formamos un equipo; en la Biblia lo podrás encontrar como “un solo cuerpo” (1° Corintios 12. 12-13). Como somos un solo equipo en el Señor, tenemos una sola meta: la extensión del Reino de Dios.
Ahora bien, es probable, como en todo equipo, que algunos jugadores sean más hábiles que el resto. Es posible que algunos de estos jugadores nacieran con una capacidad natural de ser buenos en lo que hacen; otros, se han ido formando en el camino, y los resultados han sido magistrales. Y en otros casos, es probable, que ni nacieron hábiles, y ni siquiera con mucha preparación, podrán ser buenos. Sin embargo, y esto es lo más asombroso de todo, es que también son parte del equipo… de nuestro equipo.
Es que resulta que nadie está preparado para jugar. Nadie realmente puede decir con autoridad “yo soy el indicado”. Pablo nos dice claramente “Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo” (Efesios 2. 8-9).
Es que resulta que nadie está preparado para jugar. Nadie realmente puede decir con autoridad “yo soy el indicado”. Pablo nos dice claramente “Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo” (Efesios 2. 8-9).
Amados, todo lo que hemos tenido, lo que tenemos, y lo que vamos a tener es por gracia de Dios solamente, en la persona de Cristo el Señor. Eres una obra maestra que tiene que ser forjada en el carácter del Espíritu Santo para que podamos extender el Reino de Dios. Todos deberíamos estar en la banca, sin embargo el amor de Dios es mucho mayor que nuestras mentes y nos utiliza para predicar la grata noticia de salvación.
Ten presente lo siguiente: Dios no te usa porque eres capaz, sino que te capacita al momento de ser usado. Disponte para entrar a la cancha.
Ten presente lo siguiente: Dios no te usa porque eres capaz, sino que te capacita al momento de ser usado. Disponte para entrar a la cancha.
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