Hay cuatro clases de temperamentos: Flemáticos, sanguíneos, colérico y melancólico. Y a cada uno de nosotros nos ataca a veces la depresión cuando cometemos errores. No nos gusta que nos vean imperfectos. Especialmente cuando dentro de nuestras venas corre sangre con bastantes gotas de orgullo. El orgullo nos hunde en la depresión. Y a veces hasta caemos en lo obsesivo.
No son demonios ni espíritus malignos, no. Solo son reacciones internas de nuestro ego que se quiere defender de ser juzgados por otros. Porque somos buenos para juzgar pero malísimos en aceptar que lo hagan con nosotros. Lo que dijo Jesús sigue en vigor: Miremos la viga de nuestro ojo y no la paja en el ajeno. Pero, ¡cuánto cuesta! y, claro, caemos en la depresión cuando hacemos algo que merece una buena regañada por alguien más, especialmente por alguien que amamos y fastidiamos con nuestros errores.
Hay quienes, como los sanguíneos que cuando cometen un error se enojan con alguien más en lugar de enojarse con ellos mismos, siempre hay un culpable a quien echarle el lodo de nuestras imperfecciones. O qué me dice de los coléricos, revientan al menor error. Gritan, patalean, insultan y hasta llegan a irse de la congregación. Todo porque no saben enfrentar, como dicen los sicólogos, sus miedos. Miedo a ser vistos como son: humanos. Los flemáticos no se quedan atrás, aquí no ha pasado nada, mis amigos. ¿Errores? ¿Quién los hizo? Los choferes de buses son expertos en este tipo de temperamento. Le chocan su carro, se le atraviesan y lo dejan medio muerto exactamente debajo del semáforo en rojo, pero ellos se bajan como si nada y le preguntan: ¿Qué le pasó a usted? ¿No vio que yo venía por ahí? Así que tenemos que lidiar con todo esto que nos rodea, pero especialmente debemos saber que nosotros también somos parte del rodeo.
El temperamento no se puede eliminar pero sí se puede transformar. Pero requiere una buena dosis de conocimiento, de humildad, de saber reconocer que no somos extraterrestres ni que venimos de la luna. Somos como el resto de los mortales, con nuestras altas y bajas. Cuando comprendamos esto podremos modificar nuestras conductas y aceptar a los que aún no lo han logrado. Y, ¡Agárrese!, quizá usted no sabía esto: Estamos aquí para cometer errores; ésa es una parte de nuestro destino de la que no hay escapatoria. Hay dos caminos que podemos tomar: admitir nuestros errores y cambiar, o esconder la verdad de nosotros mismos y culpar a los demás.
Hoy, permítase descubrir sus imperfecciones. Dese un permiso para ser vulnerable. Esto es lo que le lleva al cambio. Por evitar esta “vergüenza” es que muchos no se atreven a hacer cosas grandes y vistosas. No se permiten amar, saludar, estrechar manos, dar un abrazo, decir un “te amo” a alguien, dar un tronado beso en alguna mejilla, sentir un poco de melancolía cuando llueve o vivir el agradable aroma de la tierra mojada, menos aún, a dejar rodar por sus mejillas el suave rodar de una lágrima.
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos, renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Efesios 4: 22-24 (NT)
Fuente: devocionalescristianos.org
No son demonios ni espíritus malignos, no. Solo son reacciones internas de nuestro ego que se quiere defender de ser juzgados por otros. Porque somos buenos para juzgar pero malísimos en aceptar que lo hagan con nosotros. Lo que dijo Jesús sigue en vigor: Miremos la viga de nuestro ojo y no la paja en el ajeno. Pero, ¡cuánto cuesta! y, claro, caemos en la depresión cuando hacemos algo que merece una buena regañada por alguien más, especialmente por alguien que amamos y fastidiamos con nuestros errores.
Hay quienes, como los sanguíneos que cuando cometen un error se enojan con alguien más en lugar de enojarse con ellos mismos, siempre hay un culpable a quien echarle el lodo de nuestras imperfecciones. O qué me dice de los coléricos, revientan al menor error. Gritan, patalean, insultan y hasta llegan a irse de la congregación. Todo porque no saben enfrentar, como dicen los sicólogos, sus miedos. Miedo a ser vistos como son: humanos. Los flemáticos no se quedan atrás, aquí no ha pasado nada, mis amigos. ¿Errores? ¿Quién los hizo? Los choferes de buses son expertos en este tipo de temperamento. Le chocan su carro, se le atraviesan y lo dejan medio muerto exactamente debajo del semáforo en rojo, pero ellos se bajan como si nada y le preguntan: ¿Qué le pasó a usted? ¿No vio que yo venía por ahí? Así que tenemos que lidiar con todo esto que nos rodea, pero especialmente debemos saber que nosotros también somos parte del rodeo.
El temperamento no se puede eliminar pero sí se puede transformar. Pero requiere una buena dosis de conocimiento, de humildad, de saber reconocer que no somos extraterrestres ni que venimos de la luna. Somos como el resto de los mortales, con nuestras altas y bajas. Cuando comprendamos esto podremos modificar nuestras conductas y aceptar a los que aún no lo han logrado. Y, ¡Agárrese!, quizá usted no sabía esto: Estamos aquí para cometer errores; ésa es una parte de nuestro destino de la que no hay escapatoria. Hay dos caminos que podemos tomar: admitir nuestros errores y cambiar, o esconder la verdad de nosotros mismos y culpar a los demás.
Hoy, permítase descubrir sus imperfecciones. Dese un permiso para ser vulnerable. Esto es lo que le lleva al cambio. Por evitar esta “vergüenza” es que muchos no se atreven a hacer cosas grandes y vistosas. No se permiten amar, saludar, estrechar manos, dar un abrazo, decir un “te amo” a alguien, dar un tronado beso en alguna mejilla, sentir un poco de melancolía cuando llueve o vivir el agradable aroma de la tierra mojada, menos aún, a dejar rodar por sus mejillas el suave rodar de una lágrima.
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos, renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Efesios 4: 22-24 (NT)
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obst und gemüsereiniger