¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Romanos 6:1-5
La diferencia entre una vida de resurrección y una vida en pecado, se llama muerte. Lo qué diferencia a aquél hermano siempre sonriente, radiante y lleno de poder a aquél cuya cara aún es larga, cuyo pasado aún le persigue y su boca es un manantial de quejas, se llama muerte. Lo qué precedió la resurrección gloriosa del Hijo de Dios se llama muerte.
La muerte de la cual hablo es morir al “Yo”, al pecado, al pasado, a aquello que antes amábamos y nos hizo daño. Es morir a nuestros propios sueños y someternos a un plan mayor que resultará en algo glorioso que jamás imaginamos.
Al igual que Jesucristo hemos sido llamados a resucitar de los muertos para gloria del Padre. Y no a tener una vida a medio vivir. Un corazón que ama a medias, que se compromete a medias, que es fiel a medias no es parte del plan de Dios para una vida de resurrección. Una voluntad que se dobla fácilmente, que es cambiante y resiste al espíritu santo difícilmente tendrá ríos de agua vida fluyendo en él.
La Cruz ha sido suficiente para pagar el precio de cualquier pecado, para romper cualquier cadena generacional y para llenarnos del poder suficiente para caminar en justicia; pero hace falta creerlo para arrebatar la nueva vida que nos ofrece.
La Cruz ya lo hizo todo, la Cruz te ha dado perpetua libertad, la Cruz pagó el preció de tu nueva vida. Una vida en plenitud, sin cargas, gloriosa, llena de sueños inimaginables, con gozo, sin pesares. Eres intocable ante la muerte y el enemigo. Y cualquier pecado con el que puedas estar luchando, también ha sido crucificado juntamente con Cristo para darte una nueva vida. Solo tienes que creer de nuevo y morir a ti.
Fuente: http://www.devocionaldiario.com
La diferencia entre una vida de resurrección y una vida en pecado, se llama muerte. Lo qué diferencia a aquél hermano siempre sonriente, radiante y lleno de poder a aquél cuya cara aún es larga, cuyo pasado aún le persigue y su boca es un manantial de quejas, se llama muerte. Lo qué precedió la resurrección gloriosa del Hijo de Dios se llama muerte.
La muerte de la cual hablo es morir al “Yo”, al pecado, al pasado, a aquello que antes amábamos y nos hizo daño. Es morir a nuestros propios sueños y someternos a un plan mayor que resultará en algo glorioso que jamás imaginamos.
Al igual que Jesucristo hemos sido llamados a resucitar de los muertos para gloria del Padre. Y no a tener una vida a medio vivir. Un corazón que ama a medias, que se compromete a medias, que es fiel a medias no es parte del plan de Dios para una vida de resurrección. Una voluntad que se dobla fácilmente, que es cambiante y resiste al espíritu santo difícilmente tendrá ríos de agua vida fluyendo en él.
La Cruz ha sido suficiente para pagar el precio de cualquier pecado, para romper cualquier cadena generacional y para llenarnos del poder suficiente para caminar en justicia; pero hace falta creerlo para arrebatar la nueva vida que nos ofrece.
La Cruz ya lo hizo todo, la Cruz te ha dado perpetua libertad, la Cruz pagó el preció de tu nueva vida. Una vida en plenitud, sin cargas, gloriosa, llena de sueños inimaginables, con gozo, sin pesares. Eres intocable ante la muerte y el enemigo. Y cualquier pecado con el que puedas estar luchando, también ha sido crucificado juntamente con Cristo para darte una nueva vida. Solo tienes que creer de nuevo y morir a ti.
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