Según el diccionario, una persona benigna es aquella que
engendra lo bueno, es amable, gentil, tolerante, amigable, buena, etc.
Una de las parábolas más conocidas que utilizó Jesús es la
del “buen samaritano” (Se encuentra
en Lucas 10:30-35), que habla acerca de un hombre de Jerusalén que fue
asaltado, golpeado y dejado medio muerto. Dos personas pasaron, ¡Y qué personas!
Uno era un sacerdote y el otro era un levita, y ninguno hizo nada para ayudar
al hombre. Sin embargo, el tercero, un samaritano, que por su nacionalidad, se
podría decir que era el que “menos razones” tenía para ayudar al hombre, fue el
que sintió misericordia. Este samaritano
mostró ser una persona verdaderamente benigna.
La benignidad es parte del fruto del Espíritu y va muy
ligado con la bondad, porque ambos tienen que ver con la relación que
establecemos con lo demás. Al tratar a los demás con cariño y empatía, estamos
manifestando la benignidad. Este producto del fruto del Espíritu es recíproco,
ya que no podemos esperar que nos traten bien si no lo hacemos con los demás. “En
fin, el fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz.”
Santiago 3:18
Para saber cómo debemos de tratar a los demás, debemos preguntarnos ¿Cómo quiero que Dios me trate? Si
respondemos esta pregunta con sinceridad, ya tendremos una idea de cómo desenvolvernos
con nuestros prójimos.
Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense
mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. Efesios 4: 32(NVI)
Y un siervo del Señor no debe andar peleando; más bien, debe ser amable
con todos, capaz de enseñar y no propenso a irritarse. 2 Timoteo 2:24(NVI)
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