Pasaje clave: “Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mateo 9:13).
Según su historial, Mateo era un recaudador de impuestos del gobierno. Según sus vecinos, era un pillo. Tenía en una esquina una oficina de recolección de impuestos y una mano extendida. Allí estaba el día en que vio a Jesús. «Sigúeme», le dijo el Maestro, y Mateo lo siguió. En el versículo que sigue encontramos a Jesús sentado a la mesa de Mateo cenando: «Jesús estaba comiendo en casa de Mateo» (Mt 9:10).
Una conversación en la vereda no hubiera satisfecho su corazón, así que Mateo llevó a Jesús a su casa. Algo ocurre en la mesa de la cena que no sucede en el escritorio en la oficina. Sáquese la corbata, encienda el asador, destape los refrescos y pase la noche con el que colgó las estrellas en su sitio.
«¿Sabes, Jesús? Discúlpame por preguntarte esto, pero siempre quise saber…»
Aunque el hecho de extender la invitación es impresionante, la aceptación lo es mucho más. A Jesús no le importaba que Mateo fuera ladrón. A Jesús no le importaba que Mateo viviera en una casa de dos pisos con las ganancias de su extorsión. Lo que le importó fue que Mateo quería conocerlo.
La proporción entre los que no lo vieron y los que lo buscaron es de mil a uno. Pero la proporción entre los que lo buscaron y los que le hallaron siempre fue de uno a uno. Todos los que lo buscaron lo hallaron.
Fuente: http://devocionaldiario.org/
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