Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador; a Egipto he dado por tu rescate, a Etiopía y a Seba por ti (Isaías 43.1–3)
No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia… Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo (Isaías 41.10, 13).
¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres! En lo secreto de tu presencia los esconderás de la conspiración del hombre; los pondrás en un tabernáculo a cubierto de contención de lenguas (Salmo 31.19–20).
¿Te vendría bien un poco de valor? ¿Estás retrocediendo más de lo que te mantienes firme? Jesús disipó los temores que abrigaban sus nerviosos discípulos.
Hay que recordar que los discípulos eran personas comunes a quienes se les confió una apremiante tarea. Antes de figurar como santos en los vitrales de las catedrales, eran simplemente vecinos que trataban de ganarse la vida y criar una familia. Ni estaban hechos de fibra teológica ni se habían criado con leche sobrenatural. Pero su devoción superaba un poco sus temores y como resultado hicieron cosas extraordinarias.
Los temores terrenales realmente no son temores. Responde la gran pregunta de la eternidad, y las pequeñas interrogantes de la vida tomarán su verdadera perspectiva.
Fuente: http://devocionaldiario.org
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